Vamos a ver.
Organizar una sesión de fotos de comunión perfecta suena a título de peli de Netflix.
Pero en la vida real, muchas veces, ni perfecta ni leches.
Porque entre elegir al fotógrafo, encontrar el vestido y decidir si las fotos serán en ese lugar que a tu hijo “le da igual” pero a ti te parece ideal… ya tienes motivos de sobra para pedirte una copa de vino antes de tiempo.
Es un circo. Tú lo sabes, y yo también.
Que si la abuela quiere salir en todas las fotos.
Que si el traje del niño no está planchado.
Que si el fotógrafo te pide que confiéis, pero tú no tienes claro en qué.
Es normal. No organizas este tipo de cosas todos los días.
Y aquí viene el secreto.
Deja de querer hacerlo todo perfecto. Perfecto cansa. Agobia. Estrés puro.
Hazlo auténtico.
Elige un fotógrafo (uno bueno, por favor, no tu cuñado con su cámara nueva).
Busca un lugar con sentido, no el típico que sale en todas las fotos del cole. Algo que cuente tu historia, no la de otros.
Y deja que las fotos respiren verdad. Que se note quién eres, quiénes sois.
Porque las imágenes no son para este mayo.
Son para que, dentro de veinte años, mires con tu hijo y digáis:
“Qué bonito fue. Cómo éramos”.
Por cierto, ¿sabes lo que pasa cuando aprendes a mirar tu historia así?
Que te das cuenta de cuánto has vivido. Y de cuánto te mereces más momentos como esos, esta vez para ti.
Si algún día quieres saber cómo se sienten esas fotos (y lo que hacen contigo)…
Te espero al otro lado.
No es para todas, pero tal vez sí para ti.
Solo una forma de hacer que, esta vez, el recuerdo también sea tuyo.
Elige autenticidad.
Te espero.