En el universo de la fotografía artística y de moda, existe una realidad tan cotidiana como silenciada: los plantones por parte de modelos. Una práctica que, lejos de ser anecdótica, se repite con alarmante frecuencia y genera consecuencias más profundas de lo que podría parecer a simple vista.
La incomparecencia no comunicada, el cambio de planes de última hora o directamente el silencio, son formas de proceder que afectan de forma directa al trabajo de muchos fotógrafos. Especialmente en aquellas sesiones organizadas bajo acuerdos de colaboración, donde ambas partes aportan recursos, tiempo y creatividad a cambio de imágenes de calidad para sus respectivos porfolios.
Más que una ausencia
Lo que desde fuera puede parecer un simple contratiempo, en realidad supone una pérdida real: de tiempo, de planificación, de energía invertida. Un fotógrafo, antes de una sesión, organiza su jornada, revisa y prepara el equipo técnico, estudia la localización, adapta ideas creativas, y en ocasiones incluso realiza inversiones económicas previas —alquiler de espacios, adquisición de vestuario o decoración específica—.
Cuando la persona con la que se ha comprometido no se presenta ni ofrece explicación alguna, el problema trasciende lo logístico: se convierte en una cuestión de respeto profesional.
Compromiso frente a improvisación
No todas las modelos actúan de la misma manera. Es justo distinguir entre quienes se toman en serio su vocación y quienes asumen su participación como un simple pasatiempo. Las primeras —sean o no profesionales en términos económicos— demuestran puntualidad, comunicación fluida y un alto grado de implicación. Las segundas, en cambio, priorizan su agenda personal, actúan con poca previsión y entienden el compromiso como algo opcional.
En este segundo grupo es donde se concentran la mayoría de los plantones. Son perfiles que, en muchos casos, persiguen más el reconocimiento social inmediato que una carrera construida desde la seriedad y el trabajo bien hecho. Cuando surge una oportunidad más atractiva, simplemente cambian de planes, aunque eso suponga dejar en la estacada a la otra parte.
Repercusiones profesionales
La falta de asistencia no solo afecta al momento presente. Para muchos fotógrafos, supone eliminar de futuras colaboraciones a personas que podrían haber sido tenidas en cuenta para proyectos serios: encargos remunerados, trabajos con marcas, campañas para agencias. Un historial de informalidad cierra puertas que quizá nunca vuelvan a abrirse.
Además, esta dinámica genera un entorno de desconfianza generalizada. Lo que debería ser una red de colaboración entre profesionales se convierte, en demasiadas ocasiones, en un campo minado de incertidumbre.
El valor de la palabra
Vivimos en una cultura marcada por la inmediatez y el consumo rápido de experiencias. Sin embargo, en disciplinas creativas como la fotografía, la base de todo es la confianza mutua. Antiguamente, la palabra dada era suficiente para cerrar un acuerdo. Hoy, ni siquiera una conversación detallada parece garantizar que se cumplirá lo pactado.
La puntualidad, la comunicación clara y la seriedad en los compromisos son rasgos que definen, en última instancia, a quienes se comportan de forma profesional. No importa si viven de ello o no. Lo que marca la diferencia es el respeto por el tiempo y el esfuerzo ajeno.
Una reflexión necesaria
Hablar de estos temas sigue siendo incómodo. Muchos profesionales prefieren callar, por temor a parecer rígidos o poco comprensivos. Sin embargo, el silencio solo perpetúa un problema que afecta de forma estructural a un sector ya de por sí frágil.
No se trata de pedir perfección, sino de fomentar una cultura del respeto. Las colaboraciones creativas son una oportunidad para crecer, aprender y construir relaciones profesionales duraderas. Pero para que eso sea posible, hace falta algo muy simple y, al mismo tiempo, muy escaso: responsabilidad.
¿Quieres colaborar?
Entonces, cumple.
Porque el tiempo de quien tienes delante también vale.
Por Abel Cerezo